Han pasado ya 132 años desde aquel 1 de Mayo de 1886 en el que 200.000 trabajadores de los EEUU, se declararon en huelga en vindicación de la jornada laboral de 8 horas; mientras otros 200.000 trabajadores conseguían la conquista de la reducción de jornada en sus empresas sólo con la amenaza de la huelga. Fueron momentos muy duros para la clase trabajadora que se veía forzada a trabajar en muchos casos jornadas de más de 12 y 14 horas al día.
En Chicago, la batalla fue tan cruenta que el movimiento obrero se tuvo que enfrentar no solamente con la patronal y con el gobierno, sino contra esquiroles y asesinos a sueldo de las empresas. La represión fue tan grande que al término del enfrentamiento social, había muerto un policía, cientos de trabajadores habían sido detenidos y ocho obreros anarquistas fueron procesados, condenados a prisión y 5 de ellos a la pena de muerte. Unos años después, las condenas y acusaciones fueron calificadas de falsas y se indultó a los que cumplían la pena de prisión. Estos hombres fueron conocidos como los Mártires de Chicago. A pesar de que sucumbieron a la muerte, los anarquistas de Chicago se convirtieron en una bandera de la reivindicación obrera, y el proceso al que fueron sometidos, en una de las mayores injusticias cometidas por el Estado contra el movimiento obrero que todavía hoy, retumban en nuestras conciencias.
A pesar de la distancia, la situación de la clase trabajadora en la mayoría de los países del mundo no ha mejorado demasiado desde entonces y en muchos casos no consigue satisfacer sus necesidades más básicas.
Mientras que las trabajadoras y trabajadores se encuentran totalmente sometidos por la cultura capitalista, las organizaciones patronales hacen una fuerte defensa de la organización e imponen sus condiciones en las empresas, casi sin ningún tipo de obstáculos. En la mayoría de los casos aprovechándose de la desmovilización sindical en los centros de trabajo provocada por la implantación del sistema de representación delegacionista impuesto por las Elecciones Sindicales, los Comités de Empresa, las subvenciones del Estado, los liberados, y todo un sistema de representación sindical pensado para impedir la organización de los trabajadores sobre la base de las asambleas, las Secciones Sindicales y la acción directa, y dirigido principalmente al diálogo y a la paz social, que en todos los casos solamente puede suponer una renuncia a la lucha obrera, una apuesta por la negociación en si misma, y en definitiva en una traición clarísima a la clase trabajadora.
Desde las instituciones del Estado se tiene un firme compromiso con preservar y garantizar los beneficios empresariales, aun a costa de nuestra miseria, un ejemplo está en la pérdida de poder adquisitivo que está sufriendo la clase trabajadora a causa del incremento del precio de los alimentos y otros productos de primera necesidad, mientras que los beneficios empresariales se incrementan año tras año. Por si esto fuera poco, continúan amenazando con aumentar la edad de jubilación y abaratar las pensiones para poder garantizar la estabilidad de éstas. La reforma que se firmó en 2011 ya aumentó la edad de jubilación hasta los 67 años con una perdida de poder adquisitivo de las personas pensionistas de un 15%, y todo esto con el acuerdo de los sindicatos C.C.O.O. y UGT. Como clase obrera, debemos empezar a organizarnos y no permitir más abusos de este tipo. En Francia le ha declarado la guerra al Estado porque no acepta que la existencia humana se centre unicamente en producir con el objetivo de garantizar la estabilidad del Estado y de los beneficios empresariales cuando, ni al Estado ni a los capitalistas les importa lo más mínimo ni nuestro bienestar, ni nuestra estabilidad económica y la clase obrera francesa está demostrando que está dispuesta a todo con tal de tumbar la reforma de las pensiones porque no sirve a los intereses de la gente, y aquí deberíamos de tomar nota de lo que está pasando en nuestro país vecino.
Para llevar adelante una lucha de esta envergadura se necesita una clara conciencia de clase, es importante entender que no puede haber conciliación alguna entre el mundo representado por la clase trabajadora y el que representa el capitalismo. La unidad y acción de la clase trabajadora se debe desarrollar dentro de los márgenes de la autogestión rechazando la profesionalización, la burocratización, la jerarquización, la corporativización y sobre todo la falta de independencia económica y política.
El anarcosindicalismo pone en valor la acción directa de la clase trabajadora, con la intención de desbordar los límites de la judicialización de los conflictos sindicales, del diálogo y de la paz social, y que nos lleve directamente a una lucha por el control de los medios de producción, de servicio y de consumo.
Por un 1º de Mayo Anarcosindicalista. ¡Unión, acción, autogestión!